Bully

Todos, conocemos a alguien cuyas palabras, gestos... o cuya intención nos hace daño. Una persona que no nos cae del todo bien, que en algún momento del día acabará insultándonos o haciéndonoslo pasar mal... que intentará reirse de nosotros y sobretodo ver que te sientes afectado.
Alguien que debería ser insignificante y al cuál deberíamos ignorar, pero las puñaladas que usa en sus palabras son tan dolorosas, tan profundas, que no puedes evitar esquivarlas. Es el típico matón.
Y por ese motivo cada vez que te cruzas con él, intentas esquivar su mirada, apartarla, desaparecer, esfumarte o por lo menos, controlar tus pensamientos y no creerte nada de lo que te dice. No hacer justamente lo que él quiere que hagas: convencerte de las dolorosas lanzas que te envía camufladas en palabras.


Pero en la vida, existe otro tipo de matón... sí, aquel que no puede ser visto. Aquel que no tiene cuerpo... que no es físico. Es el matón que vive dentro de ti... el matón de la mente.
Y ese matón es indestructible, inmune a todos tus esfuerzos de no escucharlo. Y mucho más poderoso que cualquier otro matón... porque vive dentro de ti. Con él no podrás bajar tu mirada, apartarla, desaparecer o esfumarte. Porque es una parte más de tu mente. Y la única solución será dejar que hable solo, que se aburra, no escucharlo, y conseguir que todo lo que dice no te afecte, no provoque tristeza, una bajona de moral, desilusión o algo parecido. Lo malo de este matón, es que para conseguir que desaparezca hacen falta meses y meses de vida. De entrenamiento, y de lucha contra ti mismo. Tiempo necesario para reunir fuerzas y conseguir que tus soldados sean más poderosos que los suyos.
No hagas que se salga con la suya. Que no descubra que día tras día estás más convencido de lo que te dice,  haz oídos sordos de todas esas carcajadas que le provocan tus defectos. Hazle creer que vas a seguir sonriendo por mucho que te duela su presencia, y que tus lágrimas pertenecen a otro motivo que no es el suyo.
Aunque hay algo peor, y es que, una vez que lo hayas conseguido, que lo hayas vencido, y que haya desaparecido; te acostumbres a su ausencia. Porque aunque lo único que hacía era dañarte, te habías acostumbrado tanto a sus intervenciones y a sus opiniones depresivas diarias que incluso lo llegarías a echar en falta... para que te ayude a continuar en la vida. Para que continúe riéndose de ti, o humillándote cuando nadie lo hace. Desde el momento que se haya ido, necesitarás de nuevo sentirte mal y acudir a la única solución que él ponía a tus problemas: acabar con tu vida. Pero tu sola, sin su ayuda no puedes hacerlo y acabarás convirtiéndote en una pobre masoquista.

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