Calcetín

Sí, en aquel momento de mi vida iba de un lado hacia otro, asumida por completo entre mis mil millones de pensamientos mortales. Continuaba a paso tímido, inseguro y lento sin encontrar ningún indicio de salida; la tensión y los problemas se iban acumulando en aquel depósito invisible -repleto de sustantivos malignos- pero a mi alrededor seguían sin haber síntomas de ayuda por ninguna parte.
Sí, andaba sola, como de costumbre. La verdad es que no encontraba la forma de controlar la situación, ni de encontrar respuestas o comprensión por parte de alguien que fuese capaz de entenderme. Además, aquella simple sonrisa arcaica que me dibujaba cada día en la cara comenzaba a desaparecer, y la verdad, no tardo mucho en ser sustituida por miedo, terror y pánico hacia todo lo que me rodeaba. 
No entendía nada de lo que me pasaba, no localizaba a alguien que supiese lo que me ocurría y eso podía conmigo. Eso afectaba a mi mente, a mi personalidad, y a mi forma de ser, pues me horrorizaba lo desconocido.
Y justo en el momento en el que el suelo comenzaba a desmoronarse a mis pies, cuando había renunciado a continuar con la pesada armadura para luchar contra las lágrimas y el dolor, cuando el depósito estaba a dos nuevos sustantivos para estallar en mil pedazos; justo en el momento en el que creí que lo mejor era retirarse de la batalla para siempre... el destino me trae a alguien de la nada para demostrarme que no estaba sola en el mundo. 
Ese alguien me muestra que la comprensión andaba a escasos metros de casa, me dice que él también se enfrenta a una lucha constante para evadir el sufrimiento y que lo mejor es andar a paso firme y seguro, porque la timidez y la inseguridad no conducirían sino a un error infinito del que no saldría jamás. Él me enseña a valorarme a mí misma, me indica que después de lo malo llega siempre algo bueno, y que no hay que rendirse nunca, que levantarse y continuar es lo mejor, por muy duro que sea. Así fue como una persona con la que jamás había entablado conversación me cuenta la mayor parte de su vida, aportándome aquella confianza y aquel entendimiento que nadie antes había sabido darme. Él comienza a defenderme, hasta que, sin darme cuenta, terminamos los dos por formar parte de la misma batalla para así luchar contra todo.
Todas aquellas características que nos unieron, comenzaron a fortalecer una enorme amistad. Una amistad basada en la sinceridad, en la defensa mutua y en el hecho de conocer más al otro que a uno mismo -excepto por algún que otro 23 de octubre olvidado-. Una amistad que, pronto, pasó a convertirse en hermandad.
Ya no me sentía sola, vacía, incomprendida o insegura. Pues descubrí que había alguien a mi lado en todo momento que me comprendía y que estaría dispuesto a aportarme la seguridad necesaria en todo momento.

 Pasé de un yo contra el mundo a un nosotros contra el mundo. 

Y eso era lo que más necesitaba en aquel momento. Un nosotros.
Gracias por ser tu y no otro quién forma parte de ese nosotros, por llegar en el momento adecuado y por seguir ahí, a pesar de todo.



Gracias por convertirte en mi calcetín (sí, ese que protege mi vida no solo del  frío, sino también del resto del peligro)
Te quiero

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