Tiemblas. Y no es por frío, por nervios o por miedo. O en el fondo, puede que sea una mezcla de todos y cada uno de estos motivos.
Tiemblas porque estás asustada, porque no sabes qué hacer, cómo parar todo esto o cómo seguir adelante. Tiemblas cada vez que escuchas su nombre, o cada vez que intentas recordar lo mal que lo pasas cuando se acerca. Tiemblas porque sientes impotencia, porque no sabes de qué forma puedes arrancarlo de tu vida de una vez por todas, porque estás atascada entre un barullo de pensamientos y de gente y nadie hace ni puede hacer nada.
Porque quieres explotar y soltarlo todo, pero debes permanecer en silencio. Porque estás cansada de esperar, de flotar, de llorar, de luchar, de intentarlo y de hacer como si nada.
Pero sobretodo, tiemblas porque sabes que, en el fondo, nunca desaparecerá de tu lado, porque sabes que va a seguir ahí jodiéndote la vida, dificultándote las cosas, riéndose de ti cuando nadie más lo hará y añadiendo más peso del que llevabas a tu espalda.
Porque sabes que todo esto que has intentado ha sido en vano y que jamás recuperarás el tiempo perdido.
En el fondo tiemblas, porque sabes que nunca dejarás de temblar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario