Pero ella... ella era diferente. Ella reía por motivos insignificantes, le gustaba sonreir a toda costa... y vivía a base de sueños. Le encantaba imaginar un mundo mejor y buscarle el lado positivo y alegre a todo lo que le rodeaba.
Admiraba escuchar a cualquiera que estuviera dispuesto a compartir sus problemas y ponerse en la piel de esa persona para aportar una solución, un consejo o un punto de vista.
Ella era aparentemente feliz, agradable y parecía que no conocía el significado de la palabra preocupación. Ella era como un pequeño rayito de luz... de esperanza. Alguien que lo daría todo si a cambio recibía una muestra de gratitud.
Pero en su interior se escondía algo diferente. Era el espejo que reflejaba todo lo contrario.
Ella no estaba pasando por su mejor momento, no se sentía bien, no se sentía feliz y continuar hacia delante en ésta vida era de los retos más difíciles que se le habían topado por el camino.
Ella sonreía con la esperanza de que su alma copiara ese gesto. Y a pesar de aparentar que estaba bien y de no saber lo que eran los problemas... nunca pedía ayuda aunque la necesitara.
Ella odiaba llorar y, a pesar de eso, lo hacía continuamente. Lo disimulaba. No le gustaba hablar del tema que tanta tristeza le causaba y odiaba, ante todas las cosas sentirse sola.
Ella no se sentía especial, ni guapa... e incluso dudaba de que llegase a ser alguien en la vida.
Ella sabía que si la vida quiere darte una puñalada y jugarte una mala pasada... lo haría dándote justamente donde más te duele, en tu punto débil. Y quitándote aquellas cosas con las que más solías mostrar una sonrisa.
Ella lo sabía por experiencia. Pero, aún así, luchaba contra todo eso para ser fuerte y aparentar lo que no era. Para en un futuro ser capaz de enfrentarse a cualquier obstáculo... y sobretodo, para llegar a sentirse alguien en la vida.
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